Escarbando en el archivo de fotobombas pude comprobar con mi amigo el puma que había bastantes como para "secar" el tema del adorable Transmilenio (mencionado levemente en la entrada anterior), ese "maravilloso sistema" de transporte público que supuestamente (por lo menos en la imaginación del diablo que nos lo impuso, el siniestro Enrique Peñalosa) iba a ser el orgullo de Porcinópolis.
Anteriormente mostré imágenes recientes que evidencian el triste destino que puede llegar a sufrir la única avenida decente con que contaba la ciudad, como desenlace de una pésima gestión que ya se veía venir desde hace casi tres años. Estamos cada vez más próximos a la entrada en funcionamiento de aquel atropello, y entonces comenzará la cuenta para saber si los contratistas que lo ejecutaron fueron tan ineptos o tan ladrones como los del ilustre Enriquito.
Pero esta vez no se hablará de las vías, por las cuales siempre se echará la culpa al distrito para intentar atenuar la responsabilidad de los operadores del sistema a la hora de buscar causas para las fallas en el servicio. En esta ocasión el tema son los dolores de cabeza cotidianos de quienes se ven obligados a utilizar el sistemita de pacotilla. El emotivo comercial enlazado tras el primer párrafo no fue el único pajazo mental al que se sometió a la ciudadanía. Vean este otro:
Demos un repaso a las palabritas mágicas usadas por el supuesto transeúnte bogotano:
Convivencia: Ciertamente Transmilenio maneja un concepto bastante particular de esta palabra. En efecto, por la densidad de pasajeros por metro cuadrado de superficie éstos se ven obligados a convivir a un nivel de intimidad tal que no se lograría ni siquiera durmiendo juntos en "cucharita". Para la muestra, un botón.
Seguridad: Cualquiera se come ese cuento cuando la única toma que muestra con nitidez al bus de perfil enfocando las ventanas y no las latas, deja ver del otro lado que el bus va casi desocupado, y en primer plano a un par de actrices cagadas de risa sin nadie que les ponga sus "partes nobles" en el hombro o en la cara mientras lucha por no caerse.
Tiempo: Si alguien me viniera ahorita con el cuento de que Madonna es virgen, tendría más credibilidad que el sentido que le pretenden dar a esta palabra para referirse a Transmilenio. Se suponía que íbamos a ganar tiempo, pero ocurre exactamente lo contrario. A mi amigo el puma le consta que en su anterior trabajo, utilizar el servicio en cuestión para intentar llegar a tiempo nunca fue buena idea. Para un viaje que en el transporte "convencional" demoraba alrededor de 40 minutos, Transmilenio prometía demorarse solo 20. Hasta ahí, parece una maravilla, pero el problema es que para poder abordar la maldita ruta que le servía llegó a perder 45 minutos o más, triplicando el tiempo prometido, y casi duplicando el que gastaba antes. Y comienzan los cuestionamientos: ¿Por qué no volver entonces a las viejas rutas? Fácil, porque estos señores las hicieron retirar de las vías por donde ellos pasan. Ahora bien, si fuera viable con los cambios de clima y cómodo para el desempeño del resto del día, mi amigo se iría en bicicleta todos los días, pues ya tenía claro que podía hacer el viaje en un tiempo parecido al que estaba acostumbrado. ¿Otras alternativas? "Mmm... ni que fuera el dueño de la empresa para andar a todas horas en taxi", me respondió. Creo firmemente que este punto, el factor tiempo, fue el que disparó el uso del vehículo particular en la ciudad. Ante el absurdo intento de restringir dicho uso con medidas como el "pico y placa", los pudientes respondieron con la adquisición de un segundo vehículo para hacerle conejo al problema, y los que no podían aspirar a tanto se decidieron a arriesgarse montándose en una motocicleta, todo con tal de no perder el trabajo por una discusión con algún jefe idiota que se negara a entender que este maravilloso sistema de transporte público es enemigo de la puntualidad.
Cultura: Justo antes de oir esa palabra, aparece alguien cómodamente sentado leyendo. La persona que modeló para esa toma debe ser la única que pudo alguna vez leer una línea completa en un miserable bus de Transmilenio. Con la vibración de dichos vehículos, sumada al tradicional (y pésimo) estado de la troncal con la que se inauguró el sistema, a la chambonada de los conductores y a la comodidad con la que uno viaja (aludida ya en el tema de convivencia) dicha escena pasará a formar parte de mi antología personal de escenas de ficción. Por otra parte, cultura no es precisamente lo que se respira en un entorno en donde en primer lugar, parece que el jabón y el desodorante fueran artículos de lujo reservados para el estrato 6. Tampoco creo que sea un reflejo de cultura la obligatoria transgresión a supuestas reglas de uso como el no pararse en las franjas amarillas junto a las puertas, el dejar salir primero dizque para ingresar más fácilmente al bus, o el no incomodar a los demás pasajeros (algo que no tienen claro los h.d.p. que sacan sus celulares sin audífonos y obligan a todos a su alrededor a escuchar la misma basura que ellos).
Un amigo que nos cambió la vida: Como dicen por ahí, con esos amigos, ¿para qué enemigos?. Claro que nos cambió la vida, nos volvió más infelices, más amargados, nos dio más razones para comenzar el día con una pésima actitud, nos ha robado tiempo que podíamos utilizar en otras actividades más productivas o placenteras para destinarlo al diario viacrucis de esperar el "feliz instante" en el que uno pueda empacarse en un cacharro de esos para ser transportado como salchicha.
Y como si fuera poco el mal logrado optimismo, lo juntan con el lema pendejo del banco que les alcahueteó el comercial: "porque todo puede ser mejor...". Pues claro, en efecto, decir que todo puede ser mejor es reconocer de alguna manera que todo está mal.
De las fotobombas prometidas en el primer párrafo, me ocuparé en próximas entradas. Por ahora les dejo con una peculiar versión de la imagen de nuestro "amigo", fruto de la inspiración de algún anónimo ciudadano que expresó su inconformidad en el costado de uno de aquellos adorables buses, la cual no puedo negar que me sacó una efímera sonrisa.