Si al ver el título de esta súbita entrada usted, sorprendido lector,
sospecha que lo decantado al final de las próximas líneas será un gran
manchón pesimista en su lindo día, es porque usted, como dicen ahora,
"es de los míos" y sabe bien a lo que vino. Si no sabe / no responde, no
se sienta mal, mejor acomódese y aliste su paciencia porque eso indica
que es uno de los (escasos) nuevos lectores, siéntese y siéntase
bienvenido.
¿Qué me trae de vuelta por acá? Un respiro en las labores de los últimos días mezclado con una ligera desazón, debida en parte a la situación expresada hoy por una persona joven cuya vida laboral obedece aparentemente a un patrón cíclico que me recuerda al movimiento del yo-yo, o a las gráficas de las funciones trigonométricas, en particular aquellas que oscilan entre el -1 y el +1. La curva de esta función presenta cuatro puntos característicos:
- mínimo: ¡Qué desesperación, no consigo trabajo!
- 0 ascendente: ¡Qué alegría, apareció una oportunidad de trabajo!
- máximo: ¡Qué desesperación, estoy harto(a) de este trabajo!
- 0 descendente: ¡Qué alegría, ya no volveré a ese @#$%&! trabajo!
- ... (reinicio del ciclo) ...
La primera vez, uno podría pensar que el problema es la persona, que tal vez es muy joven para entender cómo funcionan algunas cosas en este moridero en el que nos tocó vivir. Más tarde una fibra sensible se deja llevar por el afecto, traiciona al discernimiento y quiere concluir que el problema es la empresa, porque claro, es proverbialmente sabido por todos que para ser un jefe promedio hay que ser una mierda.
La segunda vez, la cosa tiende a quedar en el empate... no puede ser que todas las empresas en ese medio sean así / no puede ser que a ella siempre le pase lo mismo...
Las siguientes veces ya dejan un mal sabor de boca, porque a medida que la muestra estadística crece se va revelando la tendencia y ésta no es muy halagadora. Pero no nos digamos mentiras... esto no le pasa a una sola persona. Nos pasa o nos ha pasado a muchos.
¿Por qué? Porque este hueco se lleva de lejos una medalla dorada grabada con letras bien grandes que traducen exactamente el título de este desahogo: el peor lugar para trabajar.
El caso al que me he estado refiriendo es tan solo uno entre miles, tal vez millones. En su burbuja esta persona asume que el problema es de falta de oportunidades para los jóvenes, pues es lo que percibe en su entorno cercano, en su específica combinación de edad / profesión. Pero la verdad es otra mucho más amplia, y entre sus muchos rasgos cuenta con uno que ella tímidamente ha comenzado a sospechar: que las verdaderas oportunidades son contadas y ya tienen dueños. (De aquí en adelante corro el riesgo de parecer reiterativo, porque habrá líneas que se crucen con cosas que ya se han escrito en este espacio). ¿Quiénes son los dueños de esas oportunidades? Los mismos de siempre: los dueños de los capitales, y por supuesto, sus allegados. Por las rendijas de la corteza de aquellos inmaculados árboles genealógicos logra treparse uno que otro lagarto que se alimenta de las influencias que puede llegar a tener en las ramas de éstos. Algunos pájaros serán diestros en el arte de trastear su nido de árbol en árbol. Y abajo, en la tierra, se quedan las laboriosas hormigas, base de la dieta de esa fauna que habita en las ramas de los atractivos árboles. Para ellas sólo está reservado el dudoso beneficio de recoger las sobras, las hojas que ya no sirven en las frondosas ramas. Si logran subir a alguna no será para mantenerse allí por mucho tiempo, pues su destino es volver a bajar con lo poco que de allá arriba hayan podido obtener.
Esta cochinada de mercado laboral se nutre de la necesidad creciente de un hormiguero cada vez mayor en número, al cual se le hipnotiza permanentemente con falsas ideas sobre la importancia del "capital (fórmico) humano" para convencerlo de que aportándole más hormigas al sistema hará que su recompensa sea mejor. Nada más falso. La tajada para el hormiguero siempre será la misma, y entre más hormigas haya más insignificante será el mordisco que le toque a cada una. Se inventan programas "sociales", prometen subsidios al que mejor emule el ritmo reproductivo de los conejos, montan cortinas de humo sobre el mejoramiento de la educación y de las condiciones de empleo... y cuando las hormigas se acercan a tan dulce tentación comienzan los problemas. Que lo mejor es una hormiga bien joven pero con bastante estudio y experiencia... pero no se sabe en dónde ni con qué tiempo la habrán de adquirir, primero porque para cumplir con el perfil tuvieron que pasársela estudiando, y segundo, porque siempre se cae en el círculo de "para trabajar necesito experiencia, pero para adquirir experiencia necesito trabajar". Ahora, si la hormiga tiene la experiencia, por algún lado se le encontrará el defecto: o ya no es tan joven, o su aspiración salarial es muy alta, o está "sobreperfilado"... o cualquier razón estúpida que solo desaparece cuando la hormiga está tan necesitada de un trabajo que se "regala" dispuesta a firmar lo que el empresario quiera y por los centavos que sean.
En resumen, un panorama de mierda: Si uno tiene menos de 30 años, tiene las puertas abiertas pero por no tener muchas cosas claras se va a aburrir fácil. Si tiene más de 30, está por encima de lo que la empresa necesita y no le quieren hacer el daño de subutilizarlo porque se puede estar perdiendo de una oportunidad mejor... "no nos llame, nosotros le llamamos". Si tiene más de 35, es laboralmente un anciano decrépito, muy viejo para postularse a un trabajo pero muy joven para pedir la pensión. Hoy este moridero está compuesto en buena parte por un ejército de "ancianos" que rondan los 40 años sin tener posibilidades de mantenerse dignamente en un empleo formal, independientemente de su formación académica, colgados con fuerza de alguna rama del árbol aquel mientras ven con desespero que desde abajo se acercan centenares de ávidas hormigas jóvenes dispuestas a comerse esa misma hoja antes de que a ellas les llegue la hora de caer.
Así que... bella hormiguita... no te quejes tanto y aprovecha mientras aún te quedan fuerzas para morder las hojas, y si puedes, tráeme un bocadito. Y si tienes alitas, aprovéchalas. Quedarse abajo a recoger las hojas marchitas no es un buen plan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Mon@, que Dios se lo pague... deje su monedita aquí.