Para mi
siguiente truco, necesito un antro. Tarea fácil, no es sino andar un poco por los
alrededores del barrio y uno encuentra que en esta ciudad de nadie es fácil que
cualquier malp***** decida un día que para lo único que sirve es para
emborrachar idiotas y entonces opte por "colocar" una chichería. Si
el iguazo se cree fino hasta se atreve a ponerle un aviso que diga
"bar". Y si es un avivato al que la ley y el orden le importan una mierda,
entonces le denomina "club".
Pues bien,
todas estas opciones se facilitan aún más cuando las autoridades que
supuestamente deberían evitar que tales cosas sucedan, se hacen las de la vista
gorda o por el contrario ayudan a que sigan ocurriendo. Por omisión o por
acción, no sabremos a ciencia cierta cuántos casos se deben a cada una (pues
seguramente todo lo que ha pasado "por debajo" está bien tapadito)...
pero los resultados están ahí, a la vista (y al olfato, y al oído) de todos los
vecinos afectados. Porque los sinvergüenzas de este ejemplo y muchos otros de
su misma calaña han invadido lo que en otros tiempos fue un barrio decente,
tranquilo y residencial.
Lo de la
heladería no tiene misterio, es algo que perfectamente podía pasar hace décadas
y nadie lo iba a controvertir ya que salir a antojarse de un helado de diez
bolas era (y sigue siendo) uno de los placeres zanahorios favoritos de muchos
en cualquier tarde de domingo. Lo preocupante es lo del otro lado. No es difícil
imaginar la encrucijada en la que se ha de encontrar el propietario, así como
muchos en la misma zona. El ruido, el desaseo, la inseguridad, la
intranquilidad y tantos otros males que atraen a su alrededor estos cuestionables
locales, hacen que cualquiera piense en huir de allí y no volver jamás. Esto da
para pensar en una nueva categoría de desplazamiento forzoso en la que
habitantes de toda una vida se vean obligados a salir de sus casas y dejarlo
todo en busca de un poco de tranquilidad, de recuperar al menos el básico
derecho a descansar.
Pero ante tal perspectiva el camino lógico de vender ha de ser un dolor de cabeza, pues nadie cuyo plan sea adquirir vivienda
va a querer semejantes vecinos. Así las cosas, los únicos clientes
potenciales han de ser esos mismos pícaros que van
convirtiendo a los cada vez menos propietarios que quedan en los forasteros del que hasta hace
poco era su barrio. Llegan, presionan, compran quién sabe a qué precio, demuelen, aparecen
con una misteriosa licencia de construcción que bajo el genérico uso de “servicios”
oculta la verdadera destinación del predio, y en pocos meses ya es
demasiado tarde.
Pero algo
raro tuvo que haber pasado recientemente, algo que para quien escribe estas
líneas por ahora es un misterio. Algo que hizo que el lobo sacara su
disfraz de oveja, como lo muestra la última imagen, una vista en detalle de la
primera. Alguien debe haberse cansado de tanto desorden. De tanto ruido, de
tanto vicio, de tanta riña callejera alrededor de estos bulines. Alguien debió
haber tomado alguna iniciativa. De otra manera el lobo no se habría disfrazado.
No tendría necesidad de hacerlo, si siguiera creyendo (como lo ha hecho hasta
ahora) que toda la comarca está feliz con su carnaval...
...Que a todos les gusta el
retumbar de ventanas y paredes hasta altas horas de la madrugada, que esos
compases graves que les hacen vibrar el piso les ayudan a sincronizar el sueño.
Que esa bulla a la que él y sus enajenados clientes llaman música les fascina a
todos allí afuera por igual. Que “generar empleo” es poner a un par de guaches
a la entrada y pagarles a destajo por estarse ahí parados unas cuantas horas
insistiéndole a los transeúntes para que entren a su guarida, mientras que “de
una forma sana y honrada” unas cuantas ombligonas a medio desvestir disimulan
el asco mientras por encargo simulan coquetearle a los pendejos que ya cayeron
para que ilusamente les hagan el gasto y así dejen en caja hasta el último
centavo que traen encima. Que los hijos de puta que recientemente han vuelto
costumbre parquearse en plena vía con sus lobísimos “sonidos sobre ruedas” a
complementar el ruido de los lupanares son bienvenidos a la hora que les plazca.
Que a todos los vecinos les pica la morbosa curiosidad y pasan la noche entera
en sus ventanas con las palomitas de maíz listas a la espera de la próxima
película protagonizada por los gamines que, ebrios y drogados, salen a darse en
la jeta en las aceras luego de que los dueños de los antros los sacan de allí
para que el muerto o el herido no sea responsabilidad del “emprendedor” que lo
emborrachó. Que es un placer salir en las mañanas a respirar el hedor que dejan
los orines (y otras gracias) de esos malnacidos que creen que todo el
vecindario del antro que frecuentan es el baño al que tienen derecho (pero
inexplicablemente no usan) cuando están allá adentro.
Insisto… alguien debe haberse cansado, y ya era hora de que ocurriera.
Ojalá trascienda y no se quede nada más en la pataleta de este lobo disfrazado.
Ojalá ese alguien logre hacer entender a alcaldías, curadurías urbanas y en
general a todos aquellos que se han hecho los locos con la regulación de estas
actividades, que el derecho a lo que esos cafres llaman “trabajo” termina donde
inicia el básico e inalienable derecho de los habitantes a disfrutar de la
tranquilidad en sus propias casas. Que estos antros que en general traen más
perjuicios que beneficios no son precisamente la forma más lícita de emprendimiento,
por lo que no es admisible ese lloriqueo sobre el derecho al trabajo. No en
vano el aviso de la entrada disimuladamente insinúa que eso es un “club”… aquella
modalidad con la que desde hace años una cantidad de “chochales” se han pasado
por encima de las normas para mantener abierto el desorden hasta la hora que
les da la gana.
Sí, claro… muy lícitos… lágrimas de cocodrilo, dicen por ahí. Llantos de
lobo con piel de oveja. Hasta la próxima.
POSTDATA: En otra caminata pude comprobar que el llanto no era de un solo lobo, sino de muchos de ellos... idénticos carteles colgados afuera de "honestísimos" negocios con algo en común: TODOS eran chicherías. Llevado por la curiosidad terminé esculcando por ahí y me encontré esta belleza: http://www.bogota.gov.co/article/localidades/puente-aranda/en-puente-aranda-se-cerraron-27-bares-de-la-calle-octava-sur. :)