Y sí señores, otra vez nos encontramos en víspera de elecciones. Gozando de una agradable ley seca que obligó a los borrachos de todas las noches a callarse el hocico y encerrarse en sus covachas a pasar el trago amargo de no poder pasar sus cotidianos tragos de "amarga", mientras dejan dormir a la gente decente.
Esta ocasión ha tenido bastante resonancia en el caso de Bogotá pues se asume como un momento vital para la ciudad, en el cual se juega la opción de seguir entre el mugre o intentar recuperar esa ciudad capital que a comienzos de siglo alcanzaba a generar alguito de orgullo. No lo dice quien escribe esta nota, lo dicen los hechos, lo dicen las imágenes...
El espacio público ha adquirido a lo largo de los últimos doce años su cara más miserable: llena de suciedad, de abandono, de inseguridad, de contaminación visual, y carente por completo de cultura ciudadana, uno de los pilares fundamentales que hacían soportable a Bogotá en medio de sus inherentes problemas. Una ciudad avergonzada por cuenta de los grafitis de cuanta pandilla quiere manifestar su "arte" firmando una pared que no le pertenece, del desborde de las ventas ambulantes que no dejan espacio para transitar, de la transgresión continua de las normas por parte de todos esos amantes del populismo de los últimos alcaldes que quieren tener acceso y derecho a todo a cambio de nada.
Aún habitan en la memoria las imágenes de esos fanáticos del todo gratis colmando la plaza de Bolívar en defensa de su líder... colmándola con su presencia, con su ruido, con su basura y con su mierda. Porque para ellos así es como debe ser, y si el alcalde está con ellos, pues ni modos de llevarles la contraria (a riesgo de ganarse una puñalada en nombre de la Bogotá "humana").
Pero en medio de toda esa tragedia surge un espacio para el humor, gracias precisamente a la estupidez de algunos especímenes de esos. Para la muestra, aquel coherente vecino que el año anterior engalanaba su ventana con un colorido cartelucho en el que decía apoyar a Petro (anagrama de torpe, qué casual), y desde hace algunas semanas ahora en la misma ventana y en la baranda de la terraza hace alarde de apoyar a los candidatos de... ah carajo, ¡los del otro lado! ¿No dizque este señor era partidario de la izmierda? ¿En dónde quedaron aquellas épocas de salir luciendo camisetas del Polo Demagógico? Vaya metamorfosis...
No sabremos de qué precio era el tamal que logró semejante cambio de opinión. Tampoco sabremos si el cartel del año anterior era al igual que este fruto de un plato de lechona y no de una real convicción "zoocialista". Lo que sí produce risa es que alguien pueda un día decir que apoya al alcalde de turno, y escucharlo en conversaciones de panadería defendiendo semejante desastre de gestión... y meses después verlo colgando pancartas en las que se señala que tenemos que recuperar a Bogotá. ¿Recuperarla de qué? ¿Acaso, señor, no era usted de los que decía que así estábamos divinamente?. Lo tenaz es saber que a las urnas van a asistir millares de especímenes como este.
Por supuesto que esta es la oportunidad que esperan los políticos de siempre, y como siempre, habrá que barajar muy bien las opciones en busca de los candidatos que representen el menor peligro para esta ciudad sin rumbo. Solamente queda esperar a que este domingo no ocurra una catástrofe de proporciones similares a la de hace cuatro años, cuando un puñado de idiotas populistas que no representaban más del 10% de la población resultaron eligiendo al petardo que hoy todavía es el alcalde de Bogotá. Para entender cómo sucedió tal cosa, me despido por hoy recomendándoles ver el siguiente enlace:
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